Skip to main content

Un día mi hijo me dijo que él quería trabajar y que ya había conseguido trabajo en construcción, comenzaba el lunes. Todo esto comenzó en el mes de marzo de 1999. Todo parecía normal porque mi hijo duró trabajando siete meses ganando poco pero tranquilo.

Después él comenzó a trabajar con otro maestro que le pagaba cuando quería, y eso llenó de tristeza a mi hijo porque él me pagaba el arriendo y me daba para el mercado, porque yo me había quedado sin trabajo. Mi hijo era mi mano derecha y me ayudaba en todo, hasta para ir a cumplir mis citas médicas a Bogotá, porque tenía que ir a control cada seis meses porque mi cáncer no lo tenía bien controlado todavía.

Y así pasó todo hasta el diez de noviembre de 2002, cuando mi hijo salió para el barrio el Manantial como lo hacía todas las tardes, pues él jugaba fútbol. A las siete de la noche él llegaba sin falta a buscar su comida como de costumbre. Ese diez de noviembre ya no regresó, pasaron las horas y mi angustia aumentaba con el paso del tiempo. Yo esperé toda la noche y a las cinco de la mañana salí a buscarlo donde él me había dicho que jugaba pero todo era incierto, nadie me decía nada de él. Todo el día anduve de aquí para allá pero nada, era como si la tierra se lo hubiera comido y mi angustia era terrible. Comencé a buscarlo en el hospital, en las clínicas y luego en la morgue, del hospital me enviaron a ese lugar terrorífico. El encargado de la morgue me hizo entrar a donde tenía varios cadáveres y me los mostró uno a uno, era tanta la pena que sentía que ya no tenía alientos para sostenerme de pie. La única que me acompañaba y me daba valor era mi hija Angélica, aunque pequeña ella sentía dolor porque yo lo miraba en sus ojitos tristes, pero era valiente y tenía que ayudarme, no demostraba cobardía porque ella decía, Mamá, yo soy su apoyo y no la voy a dejar sola, pase lo que pase.

Mi vida perdió todo sentido, ya no comía, no me preocupaba por nada, hasta descuidé mi arreglo personal pues ya no me importaba la vida. Estaba cansada de sufrir y lo único que me importaba era encontrar a mi hijo fuera como fuera. Se me olvidó que tenía una pequeña que me necesitaba y yo solo pensaba en morir, hasta que mi hija me dijo, Mamá, piense en mí, yo también soy su hija y la necesito, y esas palabras me devolvieron a la realidad y volví a tomar la rienda de mi vida y de la única persona que me quedaba.

Como era el mes de diciembre tenía que hacer sentir a mi hija bien, aunque por dentro sentía morirme porque mi hijo desaparecido cumplía años el 31 de diciembre, y la felicidad de él era ese día porque yo siempre le compraba una tortica pequeña para que compartiera con dos amigos que tenía. Pero tenía que sacar fuerzas de lo más profundo del alma y sobrellevar ese profundo dolor que me carcomía por dentro. No podía hacer nada diferente, tenía que seguir en la búsqueda de mi hijo y tenía que encontrarlo fuera como fuera. Empecé a indagar en un lado y en otro pero nada. Parecía que la vida quisiera cobrarme algo, porque cuando no era una cosa era la otra pero siempre me rodeaba la tragedia, el dolor.

Yo me preguntaba por qué a mí si yo siempre me he portado lo mejor que he podido, nunca le falté a mis hijos, siempre quise lo mejor para ellos y nunca pedía nada para mí, lo mejor era tenerlos conmigo y sentir que ellos eran lo mejor que me había podido pasar, por qué los iba perdiendo uno a uno, no sabía por qué. Tenía que seguir con mi búsqueda.

Pasaron tres meses hasta que dijeron que a mi muchacho lo habían visto en un pueblo del Vichada, fue tanta mi alegría que yo ni corta ni perezosa conseguí la plata del pasaje y fui allí sin pensar en lo que me esperaba en ese lugar. Salí de Villavicencio el jueves a la una de la mañana y fui a llegar el sábado a las seis de la tarde. Como yo no conocía a nadie en ese lugar, le comenté en el viaje a una señora lo que me estaba sucediendo y ella se ofreció a ayudarme en lo que fuera. Cuando nos bajamos del bus, unos hombres armados empezaron a preguntarme a qué había ido por allá, yo les dije que iba a buscar a mi hijo, que lo habían visto en ese pueblo y que quería saber dónde estaba él. Ellos me dijeron que tenía que ir a hablar con el comandante y que después ellos mirarían qué hacer conmigo. Me llevaron ante un hombre de tez blanca con cabello rizado que le caía sobre los hombros, y con mirada fría pero muy segura. Entonces aquel hombre me preguntó que por qué yo había entrado a ese pueblo sin tener familia y tampoco amigos, entonces yo le dije, que si él tenía a mi hijo en sus filas, que por favor me lo dejara ver, era lo único que quería. Él hombre me dijo después de mirar la foto, que no lo tenía, pero que yo tenía que esperar mientras él hacía unas averiguaciones.

Me llevaron a una casa grande, donde se reunían muchos hombres armados y como a las ocho de la noche me llamaron y me dijeron que buscara residencia para que me quedara por esa noche, ya que ellos me necesitaban al otro día. Busqué hospedaje en una casa que ellos me señalaron y allá estuve por tres días. Al cabo de ese tiempo, ellos me mandaron a decir que me presentara en la casa grande, que me iban a solucionar el problema. Cuando llegué a ese lugar me encontré con un hombre de mediana estatura, con la cabeza rapada, muy serio y con una mirada que daba miedo, estaba sentado en una mecedora vestido de civil con una pistola en la cintura y calzaba botas de caucho negro. Cuando él me vio me dijo: “usted no puede salir del pueblo por órdenes del comandante y tiene que quedarse por tres meses”. Yo sentí un frío de muerte, pensé que me iban a matar y que no volvería a ver a mi niña que había dejado con la esperanza de llevarle buenas noticias de aquel hermano que fui a buscar. Ese hombre parecía que disfrutaba de mi dolor, porque sus palabras eran tajantes, duras, entonces yo le pregunté por qué motivo no podía salir del pueblo, y él me dijo: “usted vino fue a buscar información para los paracos y puede ir muy mal”.

Me derrumbé de tal forma que me dio fiebre y vómitos y no podía sostenerme de pie, temblaba como una gelatina. Ellos me llevaron a un puesto de salud donde me atendió una enfermera y me puso suero y una droga que me puso a dormir. Al otro día, fue la señora que conocí en el bus y se ofreció a ayudarme y me dijo que no me preocupara, que ella se encargaba de todo y pagaba la deuda del puesto de salud. Me llevó a su casa y me ofreció trabajo por el tiempo que tenía que quedarme. Ella tenía un restaurante y necesitaba quién le ayudara, “Y quién mejor que usted”, decía ella. Me resigné y con el dolor más grande del alma, le pedí a la señora que por favor llamara a Villavicencio y averiguara cómo estaba mi hija y que le dijera que yo me iba a demorar un poco, porque no le podía decir lo que me estaba pasando.

El tiempo iba pasando y a la vez crecía mi angustia porque yo ya no podía seguir buscando a mi hijo y me daba miedo que ya no lo pudiera encontrar. El día que cumplí los tres meses de estar en ese pueblo, me presenté en la casa grande para decirle al comandante encargado que yo ya había cumplido mi tiempo y quería regresar a seguir con la búsqueda de mi hijo, pero él se paró al frente de mí y riéndose me dijo: “No mamacita, usted no se puede ir todavía porque mi comandante dio la orden de que usted tiene que quedarse un año más por lo menos”. Yo pensé que él me estaba tomando del pelo e hice como que no había oído bien y le pregunté: “¿Cómo dijo usted, comandante? Entonces él me dijo: “Es que está sorda o se está haciendo la boba, mi comandante dijo que no se va y no se va, y vuelva a su trabajo si no quiere que la lleve castigada al campamento”.

Salí de aquél lugar y ande sin rumbo fijo, mi vida estaba totalmente acabada y no sabía qué hacer, lloraba como nunca lo había hecho y pensaba en cómo iba a salir de ese lugar, y en cómo iba a encontrar a mi hijo y poder estar con mi niña. Duré todo el día a orillas de un caño, mirando el agua y preguntándome por qué me tenía que pasar esto a mí, será porque soy una infeliz y porque soy pobre, porque no tenía estudio y tampoco familia que me apoye en estas decisiones como la de ir a ese pueblo. Ahora tenía que pasar por esa amargura. 

Ya entrada la noche volví al restaurante donde trabajaba y hablé con la señora Marta, así se llamaba la señora, y le conté lo que me había pasado ese día. Ella me tomó de la mano y con mucho cariño me dijo: “No se preocupe, cuente conmigo para todo, que yo la voy a ayudar en lo que sea”. Esa misma noche llamamos a mi hija y hablé con ella y le comenté que yo ya no podía volver a donde ella. Esa niña gritaba como loca y me decía que por qué, que si acaso yo ya no la quería como siempre se lo decía. Eso me hacía sufrir, en lo más profundo de mi alma anhelaba poder abrazar a mi hija y limpiarle las lágrimas como ella siempre lo había hecho conmigo cuando yo lloraba. Era muy duro, pero qué podía hacer si ese era mi destino. Como pude la calmé y le dije que entonces ella fuera donde yo estaba y así podíamos estar juntas. A ella como que le sonó la idea y me preguntó que cuándo, entonces yo le dije: “Mañana la llamo y le digo cuándo se viene”. Yo primero tenía que pedir permiso para que ella pudiera entrar al pueblo.

Al otro día fui con la señora Marta a la casa grande a pedir permiso, y como a ella ya la conocían no le negaron el permiso y eso me alegró un poco el alma. Esa misma semana mandamos la plata para el pasaje, la comida y la residencia de la niña, porque tenía que quedarse en Tres Matas, el viaje duraba dos días. Yo sentía que el alma se me iba a salir cuando se iba acercando la hora de la llegada del bus con mi hija.

Como a las cinco de la tarde pitó el bus a la entrada del pueblo y teníamos que ir a recibir a nuestros familiares porque ellos los tenían anotados en una libreta y si allí no aparecía el nombre del que llegaba ahí mismo los devolvían, eso sucedió con mi niña. Al encargado de anotar a las personas que llegaba se le pasó por alto y por eso mi hija no estaba anotada en la libreta y empezaron a poner problema. Me tocó mandar a llamar a la señora Marta para que hablara y no me devolvieran a la niña y así fue como puede abrazar a mi hija. Fue tanta mi alegría que hasta se me olvidó todo por lo cual había tenido que pasar.

Fueron unos días maravillosos, llenos de alegría porque tenía allí a mi niña y podía sentir que todavía tenía esperanzas en la vida. Era el mes de julio, mi hija estaba de vacaciones en el colegio pero pronto tenía que regresar a Villavicencio y eso me angustiaba mucho porque yo no sabía cuándo volvería a verla. Pasaron los días y se llegó ese lunes, cuando mi hija tenía que salir de aquel lugar donde yo tuve que quedarme triste y con el corazón vuelto pedazos.

Pero resulta que mientras mi hija me visitaba, mi otra hija regresó a Villavicencio a buscarme y se enteró de lo que me estaba pasando y decidió ir a buscarme para darme valor. Mi sorpresa fue inmensa cuando llamé a mi niña y ella me dijo que Jazmín había regresado y traía una hija como de dos años, y eso me sorprendió mucho porque yo nunca me enteré que ella había estado embarazada. Desde que ella se había ido, nunca volví a saber nada de ella. Jazmín, como me lo había dicho antes, se había cansado de llevar una vida de pobreza y necesidades y se iba a conseguir fortuna según ella, pero lo que consiguió fue una hija y ahí sí se acordó que tenía mamá y una hermana y decidió regresar. Pero con la mala fortuna de que yo no estaba y se enteró de que el hermano había desaparecido, y ella ni corta ni perezosa y sin medir consecuencias, se fue para donde yo estaba.

Cuando ella llegó al pueblo no se imaginó que tenía que quedarse tres meses sin poder salir, eso la llenó de amargura y más cuando yo le dije que tenía que quedarme un año sin poder salir del pueblo. Entonces ella consiguió trabajo de administradora de un negocio donde vendían trago y como ella tenía la hija, le tocó tomar ese trabajo sin protestar pues allí le daban la comida a ella y a la niña. Así fue pasando el tiempo y yo continuaba trabajando en el restaurante y comunicándome con mi otra hija, y mandándole mensualmente lo que ganaba porque yo seguía pagando el arriendo y la comida de la niña.

La vida seguía llena de penas, porque no habían pasado ni seis meses cuando un día mi hija, la que se había quedado en el pueblo conmigo, me dijo que ella estaba saliendo con un hombre que había conocido hacía poco. Como siempre, uno de madre les advierte que tengan cuidado, que uno no sabe quién es esa persona ni de dónde había salido. Pero siempre el decir de ellas cuando están enamoradas es que uno es metiche y siempre se está metiendo en la vida de ellas y terminan siempre de enemigas, eso fue lo que sucedió con mi hija Jazmín.

Al poco tiempo, creo que a los dos meses, ella empezó a mandarme razones de que necesitaba hablar conmigo, pero yo no quise hablar con ella porque me encontraba muy disgustada por no escuchar mis consejos. Como ella vio que yo no le prestaba atención, entonces me buscó en el restaurante para decirme que estaba embarazada y necesitaba que yo la apoyara, porque aquel hombre que le había jurado amor eterno la había abandonado cuando supo que estaba embarazada y ahí comenzó otra vez mi calvario. Ella fue despedida del trabajo y no tenía a donde ir y para el colmo no tenía plata. Gracias a Dios los buenos corazones no faltan, porque un señor que iba a comer al restaurante, se había enterado de lo que me estaba pasando y me dijo que si yo quería él me ayudaba con un lote para que hiciéramos ahí un rancho y nos fuéramos para allá, y como no teníamos otra opción, aceptamos. Con la ayuda del señor que nos dio la tierra hicimos una casita en tabla y poco a poco fuimos sembrando plátano, yuca, maíz y comprando una que otra gallina, hasta que hicimos una buena cría de pollos. Luego mi hija dio a luz a su segundo hijo y entonces ya no éramos tres, sino cuatro.

Las cosas no salieron como nosotros esperábamos porque al poco tiempo de nosotros estar viviendo en nuestra casa, empezaron a llegar hombres armados a pedir que nosotros les hiciéramos de comer y les diéramos agua, y como nosotras sabíamos que a esa gente no se les podía negar nada, nos tocaba hacer lo que ellos mandaran. Nosotros, como luchadoras, seguíamos adelante con la esperanza de poder salir adelante con esos niños, de poder salir del pueblo para continuar con mi búsqueda.

Así pasó un año, lleno de incertidumbre y tristeza porque no hallábamos la hora de poder tener noticias de mi hijo desaparecido. Cierto día, nos llamaron a una reunión con la gente armada y nos tuvieron todo el día llenándonos la cabeza de ideas tontas, que teníamos que llevarles remesa al municipio y que si no colaborábamos nos teníamos que ir de la región. Como ya no les tenía miedo los frentié y les dije que nosotras éramos dos mujeres y dos niños, que por favor nos dejaran vivir en paz. Para ellos eso fue una ofensa y me dijeron que yo me quedara cuidando a los niños y que mi hija les trabajara a ellos, a eso yo les contesté que yo no podía hacerme responsable porque me encontraba muy enferma y tenía que buscar atención médica, les expliqué que hacía dos años no iba a control de mi cáncer y eso me preocupaba, que de pronto me agravaba y no iba a poder salir a tiempo, que me iba a morir y que mi hija que estaba en Villavicencio se iba a quedar sola.

Gracias a Dios las cosas cambiaron de rumbo. Esos señores se molestaron mucho porque yo les dije que no contaran conmigo ni con mi hija, entonces nos dieron veinticuatro horas para que nos fuéramos del pueblo, pero no podíamos sacar nada, sólo la ropa. Así abandonamos aquel lugar, dejamos las cosas que habíamos conseguido. Eso pasó el cuatro de diciembre de 2006, y llegamos a Villavicencio el día siete de diciembre porque al bus se le partió el cardan y quedamos en medio de la sabana, sin nada para darles de comer a los niños que lloraban con desespero por el hambre que sentían. Fue muy triste pero logramos llegar sanos y salvos a Villao, a empezar de nuevo, de nuevo nuestro calvario.

En Villavicencio ya no éramos cuatro sino cinco, y no teníamos dinero para sobrevivir. Nos tocó pasar muchas calamidades, pero aun así yo continuaba con la búsqueda de mi hijo. Un día de casualidad me encontraba en la casa de doña Fabiola Muñoz y llegó la hija de ella que trabajaba en la Defensoría del Pueblo y le comenté mi caso, ella me dijo que yo tenía que poner la denuncia en la Fiscalía. Eso hice, fui a poner la denuncia y de ahí me mandaron para la oficina de desaparecidos, a donde me pidieron una foto y unos documentos de él. Al día siguiente conocí al doctor Wilson Chavarro, quien me prestó orientación y me ha ayudado desde entonces y le doy gracias a Dios de haberlo conocido, porque gracias a él conocí cosas que no sabía que me favorecían en mi caso.

En estas vueltas me demoré como un mes. En octubre me mandaron que luego volviera a la Defensoría ese mismo día, para saber qué más tenía que hacer. Eso fue un nueve de octubre. Recuerdo muy bien ese día, mientras viva no lo olvidaré: Eran las doce del día cuando salí de la oficina del doctor Wilson cuando me timbró el celular y era mi hijo Leo que me llamaba para preguntarme qué adónde estaba, y yo le contesté que en la Defensoría pero que ya iba saliendo, entonces él me dijo: “Mamá, véngase que tengo noticias de mi hermano”. Fue tanta mi alegría que yo no sabía qué hacer, si reír o gritar, pero mi hijo me sacó de ese trance diciéndome: “Aquí hay un muchacho que trae noticias de él”. Yo corrí por esas calles hasta quedar sin aliento. Hoy en día me pregunto cómo llegué al parque los Centauros tan rápido. Cuando llegué, mi hijo Leo estaba esperándome con un hombre joven y lo primero que me dijo cuando me vio fue: “Mamá, él nos trae noticias de mi hermano, solo necesitamos plata para ir a traerlo”. Y yo le dije: “La conseguimos”. Pero él me dijo: “Mamá, a mi hermanito lo mataron”. Sentí que a mis pies se abrió un hoyo profundo y que caía en él.

No sé cuánto tiempo pasó para yo volver a la realidad, cuando abrí mis ojos miré mucha gente a mi alrededor y me estaban aplicando alcohol y mi hijo Leo me decía: “Tranquila mamá ya todo está bien”. Sentí que mi vida ya no tenía sentido y no quería que sintieran lástima por mí y comencé a andar y a andar hasta que las fuerzas me abandonaron y caí rendida. Aquel hombre que nos traía noticias me dijo: “Señora yo estoy aquí para ayudarla, cuente conmigo para lo que sea, si quiere yo declaro en la fiscalía y los llevo a donde están los restos de su hijo”.

Nos fuimos para Justicia y Paz, adónde él declaró cómo asesinaron a mi hijo y cómo fueron las condiciones en que lo tuvieron los doce días que lo tuvieron con vida. Lo más triste para mí fue cuando él dijo que a mi amado hijo lo habían fusilado en presencia de ciento veinte hombres y que eso lo hacían para dejar escarmiento de los que se quisieran escapar. Pero lo más escabroso fue cuando él dijo que a mi hijo lo habían descuartizado y le habían sacado el platino que tenía en la pierna.

Todo eso me puso muy enferma, yo no quería que nadie me viera y menos que me preguntaran nada sobre mi desgracia. No podía creer todavía que aquel niño que un día yo arrullé entre mis brazos ya nunca más lo volvería a ver. No me había recuperado de ese dolor cuando me llegó la noticia de que mi abuela se había muerto, y así fue como comprendí que mi vida no tenía sentido, quería morirme junto con ella pero parecía que entre más deseaba la muerte, más tenía que vivir. Pero todavía no terminaba mi tragedia. 

Un día al levantarme, empecé a sentir un terrible dolor en el costado derecho que sentía morirme y me hospitalizaron de urgencias porque tenía un ataque de vesícula que por poco me mata. Me operaron y duré varios días hospitalizada y luego duré bastante tiempo en recuperación porque el dolor era espantoso, y estando en esas condiciones me llamaron de Justicia y Paz, nos tocaba ir a sacar los restos de mi hijo y partíamos al día siguiente a las cinco de la mañana hacia la serranía donde se encontraban.

Salimos con rumbo a Puerto López y allí el fiscal pidió apoyo a la policía y a la armada y nos entramos al lugar a donde el desmovilizado iba a señalar que estaban los restos. Con lo que no contábamos era que él no se orientó, porque ya habían pasado ocho años y no encontramos el lugar y nos tocó regresarnos con mucha tristeza y la esperanza perdida. El fiscal me dijo que no me preocupara, algún día volveríamos a sacar a mi hijo.

Ya han pasado dos años y a la fecha me pregunto, ¿será que llega ese día?, porque todavía no he logrado recuperar la paz de mi alma. Solo pido al Dios del cielo que no me abandone porque hay momentos que siento que ya no aguanto más. Solo quiero decir como dice el salmo 129, “por muchas angustias he pasado desde mi juventud pero no han podido conmigo”.

Esta es mi vida y las angustias por las que he pasado y de antemano agradecer a todas aquellas personas que tanto me han ayudado, a la doctora Mary, a Adriana, a la doctora Gloria Marín Marín de Asomipaz. Espero cumplir el sueño de mi hijo, tener una casa y dejar de sufrir humillaciones por las que tengo que pasar todos los días de mi vida. Esta es mi vida y espero poder algún día compartir con mis hijos la alegría que gracias a los violentos perdimos un día. Soy una víctima más de Colombia.

Fuente

Chavarro Jiménez, W. H. (2013). Departamento del Meta. En «Hasta cuándo: narrativas sobre el conflicto armado en Colombia» (Vol. 3., pp. 90-101). Defensoría del Pueblo.

Tipo de testimonio: Directo

Testimoniante: Mamá

Sobre quién habla: Hijo

Dejar comentario