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Si, existen personas malas que destruyen hogares y familias, que no sienten remordimiento, que van acabando y apagando la vida de las personas buenas, que lo único que hacen es trabajar para salir adelante; no entiendo cómo hacen tanto daño, simplemente no entiendo ¿por qué?

Ese amargo y cruel día fue el 11 de mayo del 2002, cuando mi esposo Javier Vanegas salió como de costumbre de la casa, pero esa noche no volvió. Yo estaba muy preocupada porque él nunca se quedaba a dormir por fuera, esa fue la noche más oscura de mi vida, una noche que duró eternidades, la angustia carcomía mi corazón, es duro decirlo pero sentía que algo malo pudo pasar, mi cabeza se llenaba de preguntas, inquietudes y miedo, sí, sentía mucho pero mucho miedo, sin imaginarme que iba a sentir muchísimo más. Al día siguiente llamé a todos sus amigos para saber qué era lo que había pasado y ninguno me daba razón de él, lo único que me informaron era que se había quedado en un negocio llamado la «53» por Medellín – Antioquia en Tejelo.

Más tarde me llamaron a informarme; sí, eran horribles noticias: a mi esposo lo habían secuestrado las FARC. No descansé ni descansaré por conocer la verdad, por conocer qué es lo que realmente pasó. Hice todo para poder recuperarlo de nuevo sin ningún resultado, ni la policía, ni el Gaula hicieron nada por ayudarnos sabiendo que tenían indicios en dónde poderlo rescatar, debido a que recibí varias llamadas amenazantes de la Unión y la Ceja, llamadas que el Gaula interceptó. Por tal motivo pienso: cómo confiar en el gobierno si no nos ayuda en estos casos.

Desde ese día nuestros sueños se vinieron abajo, nuestras ganas de seguir adelante, nuestras vidas se empezaron a apagar así como se va acabando una vela encendida ¿Quién iba a pensar que esta situación nos iba a tocar? pero lamentablemente nos tocó y no se lo deseo a nadie. Por eso quisiera cambiar los corazones de las personas que hacen esto para que no le ocurra a nadie. Nuestra situación económica desmejoró radicalmente, porque mi esposo era el que costeaba el hogar y no me dejaba trabajar porque él quería darnos todo lo que necesitábamos y que yo estuviera al pie de nuestros hijos, desde que se llevaron a mi esposo me tocó salir a conseguir empleo para no dejar morir de hambre a mis hijos y para sostener el hogar.

Hoy en día, nuestra familia padece dolor, angustia e incertidumbre de la ausencia del ser querido, el dolor silencioso y solitario que cargamos en cada momento. Siento miles de emociones que embargan todo mi cuerpo, emociones que nunca pensé sentir como rabia, tristeza, intolerancia, miedo en fin… miles, y siento que más de una no las sé ni explicar, nos quitaron la oportunidad de vivir felices, nos frustraron nuestros sueños como familia, nos arrebataron hasta la sonrisa de nuestro rostro. Mis hijos son huérfanos de amor, cariño, enseñanzas y anhelo de crecer al lado de su padre.

Fuente

Arboleda Betancur, A. M. (2014). Memoria igual a no olvido. En «Narrar la vida para sanar del olvido nuestra historia» (pp. 116- 117). Corporación Jurídica Libertad.

Tipo de testimonio: Directo

Testimoniante: Esposa

Sobre quién habla: Esposo

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