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Crónica de una tragedia. El día en que mi vida cambió

La guerrilla le hace una emboscada en el kilómetro 5 de El Salado Bolívar en la vía que conduce al Carmen de Bolívar, en un cerro llamado San Pedrito. Eran aproximadamente las 4 pm del día 28 de agosto de 1995. Allí en esa emboscada muere Santander Cohen, unos infantes y un coronel Persand de la infantería No 5. De allí se toman el poder los grupos subversivos en la zona. La guerrilla destruye el puesto de policía y la casa de Santander Cohen. En ese entonces el pueblo queda sin protección alguna, quedamos a la merced de cualquier grupo armado, siguieron los asesinatos de campesinos y los hostigamientos entre grupos, guerrilla-Méndez.

Desde ese suceso se respiraba ambiente de temor, por el pueblo, por los hijos, por el vivir de nosotros mismos, qué va a pasar, nos preguntábamos, había un desespero en nuestros corazones, en nuestro vivir. Veíamos cruzar la guerrilla y no entendíamos este conflicto, ni tampoco conocíamos estos grupos, veíamos esto con mucha preocupación. Dos años habían pasado desde que hubo el suceso en el cerro San Pedrito. 3 de marzo del año 1997. Entra un grupo desconocido y reúne a algunos campesinos en el parque 5 de noviembre, entre ellos la docente Doris Torres y dijeron cerrar el comercio, pero la profes se opone y dice “eso no se puede porque aquí hay hogares comunitarios y yo le vendo quien venga con la plata. El Salado, tierra pujante de mucho comercio, se destacó por sus abundantes cosechas, empresas tabacaleras donde gran parte de las mujeres elaboraban el tabaco para ganar su sustento. La madre tierra del Salado, con sus grandes riquezas de agricultura, el comercio ganadero, de cerdo, carnero. Su agricultura como yuca, plátano, maíz, ajonjolí. Sus riquezas minerales- agua abundante, arena, piedra caliza, y muchas riquezas que no sabíamos que había en la región como la explotación de gas. Era la despensa agrícola y minera en los Montes de María, zona baja. Y lo más hermoso de todo esto, era que el campesino vivía en sus parcelas con su familia y sus hijos. Vivíamos felices en nuestro hábitat. Los paras, ese día 3 de marzo de 1997, lanzaron una amenaza contra los campesinos del Salado, porque ellos trajeron lista en mano y dieron tiempo para irse. Volveremos en 20 días y en la próxima venida va a haber muerto, veíamos salir familias, pero no entendíamos qué pasaba. Todo el pueblo estaba en suspenso, con miedo, no teníamos quién nos defendiera, estábamos bajo la merced de cualquier grupo.

Pasaron los días y llegó el 23 de marzo de 1997, 5:30 de la mañana, por cierto, domingo de ramos. Despiertan al pueblo con ráfagas de fuego, entran los paramilitares al pueblo, la mañana se iba tornando gris, y ellos desde los cerros disparaban sin cesar, un olor a pólvora se extendió en el ambiente. Se oían gritos, perros aullando, las gallinas cacareaban, se percibía un ambiente de muerte, como un presentimiento de dolor. Los paramilitares se dividieron en grupo, barrio abajo, barrio arriba. Iban sacando a los campesinos de las casas, que fueran a la plaza 5 de noviembre porque había reunión. Estaban vestidos con prendas de uso privativo de las fuerzas armadas, portaban fusiles de largo alcance, armas cortas, portaban radio de comunicación y tenían el rostro cubierto con pasamontañas y gritaban por las calles “somos los paramilitares AUC”, pintando las casas” y gritaban “vamos a quemar el pueblo, lo vamos a sembrar de yuca, ahuyama y maíz. Queremos el pueblo solo” Tocaban las puertas de la casa, invitando a los campesinos a una reunión en la plaza 5 de noviembre, algunos campesinos fueron sacados a la fuerza dentro de sus casas, otros se brincaban los corrales de las casas llegando hacia el monte. Para esa época nombramos a la inspectora Everlinda Castro, ella se encontraba en convalecencia por un accidente que tuvo ella y la promotora de salud cuando venían de vacunar en el colegio de San Pedrito, en el cerro La Puente, en el carro del hoy fallecido y concejal Emiro Cohen, quien fuera asesinado en la masacre de 2000. El grupo que subió hacia arriba, a su paso cogieron a un muchacho que estaba en su casa, lo encañonaron y le preguntaron dónde vivía Álvaro Padilla, lo traían a la fuerza, y encañonado el muchacho venía llorando.

A Álvaro, otro grupo lo había cogido y lo dejaron ir porque él iba para donde sus padres. Era costumbre de él tomar el café donde su mamá y ver cómo estaban por lo que estaba sucediendo en el pueblo, pero le toca devolverse porque encontró la casa cerrada. Su papá madrugaba para el campo y su hermana se refugió donde una vecina. Cuando Álvaro llega a su casa alcanza a ver el grupo que venía del barrio abajo con el muchacho encañonado y le decían “dinos dónde vive, si no te mueres” Llegan a la casa de Álvaro y le tocan, él había cerrado la puerta. Él mismo abre y le dicen “su cédula”. Él saca la cédula y se la entrega al paramilitar en la puerta, mientras que los otros entran a la casa a destruir todo lo que tenía. Entraron al cuarto donde tenía sobre una mesa todos los implementos de trabajo que la alcaldía nos había donado a todos los promotores de la región. Lo primero que agarraron fue una máquina de escribir donde pasaba los informes mensuales a la secretaría de salud de mi trabajo. La estrellaron contra el piso, partiéndola en mil pedazos, diciendo “Aquí es donde El Boris hace las cartas”. El Boris, un guerrillero que nunca jamás conocí, porque para esos tiempos ellos cruzaban por el pueblo, pero no se dejaban ver. Como es natural, como nunca habíamos visto guerrilla (sino ejército), le teníamos miedo a la guerrilla. Todo lo destrozaron, buscaban en los colchones, como si buscaran algo. El muchacho estaba recostado en la cerca de enfrente y lloraba, no sé si lo golpearon, porque jamás lo he vuelto a ver. El paraco cuando llega le dice a Álvaro “Su cédula”, él le responde entregándole la cédula al paraco “El que no la deba, no la tema”. El paraco al ver su cédula, ve que su nombre no es Álvaro Pérez Ponce. Da un paso atrás, saca su radio comunicador y se comunica, no sé con quién, y dice con la cédula de Álvaro en la mano y mirándola “Álvaro Pérez Ponce” y se oyó claro donde le dicen “Es él”, entonces el paraco lo invita a una reunión en la plaza 5 de noviembre donde presuntamente debían haber muchos campesinos reunidos, también dijeron “allá no queremos mujeres ni niños”. Cuando ya lo llevan, se oyeron ráfagas de tiros y la gente corría despavorida, mujeres, niños, hombres, hacia el barrio arriba, ya habían masacrado a la profe Doris Torres, Néstor, Ender, José Esteban. A su paso saquearon las tiendas, robaron prendas, dinero y tiraron bombas a la tienda de Pedro Alvis, a la inspectora le gritaban que saliera que le iban a hacer lo que ya sabemos, pero ella estaba oculta en el patio donde ella vivía. El otro grupo que llevaba a Álvaro se iba a encontrar con el resto de ellos en la plaza 5 de noviembre, pero cuando ellos llegan, se encuentran que habían adelantado la masacre, y se llevan a Álvaro a rastras hacia la vía que conduce a La Sierra, Córdoba-Bolívar. En su recorrido, varios campesinos que veían de su parcela para el pueblo, porque oyeron la tirotera, venían a ver su fami- lia, no sabían qué había pasado, se encontraron con los grupos que iban, ahí llevaban a Álvaro con el rostro ensangrentado, en ropa interior, con las manos amarradas y dándole golpes. En un rancho que quedaba cerca donde lo dejaron, se oyó la tirotera, quedó vuelto nada. Esto se supo años después, fue asesinado a 4 kilómetros del pueblo. Ese día 23 de marzo nos fuimos con mis hijos a dormir en el monte, porque ellos dijeron que volverían a regresar. Teníamos miedo. Al día siguiente regresamos.

Sus familiares, vecinos, salieron en busca de él, pero no fue posible encontrarlo. Además, el pueblo tenía miedo, y para esa zona más, la gente empezaba a salir. Había cuatro muertos en el pueblo. Un miedo, dolor, angustia, desesperación se veía en el rostro de cada persona, niño, mujeres, era aterrador, nunca habíamos visto esto que estaba pasando, en un pueblo lleno de vida como era El Salado, Bolívar. Ya en vista que no se pudo hacer nada en la búsqueda, pensamos en salir. Desde el día de la masacre hasta el 25 de marzo entró un carro a las 5 de la mañana porque no teníamos comunicación con nadie, algunas personas nos decían “salgan porque se les va a empeorar el niño”, mi hijo último, que lloraba a su padre, tenía la vista paralizada y me decía “más nunca volveré a ver a mi papá”. Se me partía el corazón en mil pedazos, un abismo se me abría a mis pies, no sabía qué hacer, dónde coger, ya el pueblo salía a pie o en burro. Salí temprano esa mañana del 25 de marzo, dejando todo, los seres queridos, nuestros sueños, nuestras esperanzas, el trabajo, nuestra parcela, nuestra cultura, el hábitat, los vecinos, amigos y un pensamiento que nos agobiaba “qué será de nosotros” y lloramos nuestro infortunio, y nos preguntamos “por qué nosotros” y con mis hijos me fui a una comunidad desconocida: Cartagena. Cuando yo llego a El Carmen esa mañana es que doy la alarma de lo que había pasado en El Salado, y es que empieza la romería: familiares buscando a la gente, carros y camiones sacando la gente. A las 4 de la tarde entra la guerrilla al pueblo y se da cuenta que el pueblo se está saliendo. Los reúne en la plaza 5 de noviembre y dice “(El Boris) no se vayan, no dejen el pueblo solo, nosotros nos vengaremos por ustedes lo que han hecho con el pueblo”, se arrodilla, besa la tierra y lloró, luego terminó diciendo “cuando veníamos encontramos un cadáver como de tres días en la intemperie, con ropa interior, todo tiroteado, si los familiares están aquí, nosotros podemos acompañarlos para que rescaten el cadáver” Pero nosotros ya habíamos salido en la mañana. Esto fue a oído de nosotros días después por algunas personas que estuvieron en la reunión y no era fácil la comunicación con nosotros porque todo el pueblo se dispersó para barranquilla, Cartagena, Sincelejo, El Carmen, Corozal, Magangué, Guaimaral, por toda parte se dispersó el pueblo de El Salado, no se sabía dónde estaba el uno o el otro.

Aquí se perdió todo contacto con nuestros coterráneos. A los ocho días, el 31 de marzo, entra el periódico El Universal, sale en una gran página El Salado, Pueblo Fantasma, estaba solo, todos habíamos salido.

El día 4 de abril de 1997 regreso a El Carmen, donde aún se respiraba olor a muerte. Llego a la Fiscalía y pongo la declaración de lo que había sucedido en El Salado y la muerte de Álvaro Pérez Ponce. Me instalo en Cartagena, a esperar qué pasaba, con el sufrimiento de mis hijos, el dolor de su padre desaparecido, un cadáver que no sabíamos dónde estaba, el orden público alterado, pero así seguíamos viviendo. Y empieza la estigmatización con el sinónimo guerrillero, nos rechazaban porque éramos malos, que nos habían hecho salir por malos, eso le decían a mis hijos en el colegio y en el barrio. Hasta que empecé a trabajar unos años en el centro hospitalario de Villa- nueva, Bolívar, donde tuve mucha acogida, entendió mi situación, tuve amigos muy profesionales que me tendieron la mano y seguí adelante. Y de allí empecé a buscar hablar con la Cruz Roja para rescatar el cadáver de Álvaro. Volví a El Salado en 1998 para ver cómo estaba el ambiente, pero regresé enseguida, al día siguiente asesinan a El Charo. Al año siguiente llega una carta de Cruz Roja descartando la búsqueda, pues habían desaparecido cinco funcionarios del DAS en esta región. El entorno seguía caliente. El Salado, después del desplazamiento, regresaron algunos a los tres meses, pero seguían los asesinatos, las desapariciones, hasta el 2000 que ocurre la horrible masacre. De allí no sé nada de Álvaro Pérez. En 2008, de la Fiscalía llega un oficio donde le dicen a mi hijo que debe asistir a Sincelejo que el postulado Salvatore Mancuso va a hablar sobre la masacre del 23 de marzo de 1997 y allí confiesa que es el autor material del homicidio de Álvaro Pérez Ponce. Lo asesinó porque presuntamente era un guerrillero, pero no mostró la evidencia, un video o una foto, algo que dijera que sí era guerrillero. Pregunto yo: ¿Será que un guerrillero está con su familia en su casa y vestía ese día pantalón gris con camisa de rayas manga larga, un sombrero de color marrón y unas pantuflas, será que así visten los guerrilleros?, no usan fusil, y más piedra que El Boris, con quien presuntamente hacía las cartas aquí, no lo conocía.

Y así como Álvaro, muchas gentes inocentes han perdido la vida por una mala información, un mal comentario destruye un mundo, una nación, un pueblo. No tengo rencor con quien lo haya hecho, los perdono en nombre de mi familia, queremos la paz en nuestro territorio y que nos devuelvan todo lo que perdimos. Álvaro, te queremos por siempre.

Elvia Badel

Fuente

Suárez, A. F.  (2015). Álvaro Pérez Ponce. En «El legado de los ausentes: líderes y personas importantes en la historia de El Salado» (pp. 81-88). Centro Nacional de Memoria Histórica

Tipo de testimonio: Directo

Testimoniante: Esposa

Sobre quién habla: Esposo

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